sábado, 27 de noviembre de 2010

Colonización y liberación pedagógica - La soberanía pedagógica

Colonización y liberación pedagógica
La soberanía pedagógica

(21/11/2010)

Cuando Freire nos habla de la pedagogía del oprimido, deja bien en claro dos métodos, dos criterios pedagógicos diametralmente opuestos.

Por una lado, la “educación bancaria”, que procura tratar a las cabezas de los estudiantes como cuentas bancarias en donde se van depositando “saberes”, conocimientos que luego, si acaso el estudiante puede sortear algunos escollos, podrá comprender para qué eran necesarios. Por supuesto, algunos de esos saberes pasarán al olvido más temprano que tarde, porque el motivo que los originó, jamás llegará a los depositarios. Y eso sin considerar que, además, se trata de un criterio elitista y expulsivo.

Freire contrapone a este método y criterio pedagógicos, la “educación liberadora”, en la que el estudiante puede comprender y tener una incursión crítica a esos mismo saberes, pero de una manera horizontal, indagando e interactuando con el docente, que no es ya un simple mediador entre el estudiante y los conocimientos, sino un actor junto al primero y con los segundos.

En el paradigma de la “educación liberadora”, aparece de soslayo y por consecuencia, el efecto del sentir nacional y comunitario. Dos conceptos que parecen avanzar por distintas sendas pero que en la actualidad se fusionan en la necesidad de comprender nuestra soberanía como territorio Latinoamericano.

Hay un punto en donde confluyen la necesidad de una “educación liberadora” y la necesidad del sentido de pertenencia a nuestro territorio y nuestras raíces Latinoamericanas, junto con la necesidad de reafirmar la soberanía sobre nuestras derechos, nuestras riquezas y nuestro suelo.

No es un secreto que cualquier paradigma enseñanza-aprendizaje contiene y distribuye, ideología; aún cuando el educador niegue, jure y perjure que cuando enseña, sólo dice “dos más dos es cuatro” y que eso no está cargado de ideología; no puede evitar que su forma de presentarlo, su manera de comunicarlo, así como su criterio al evaluar, serán los conductores de una ideología que el educador, de manera conciente o inconciente, irá inculcando al educando.

Tampoco es un secreto que los métodos y criterios pedagógicos que recalaron en nuestro tierra, fueron importados de la “evolucionada” Europa, allá por el siglo XIX.; y que estos contenían su carga ideológica, fundida en la necesidad de formar educandos que no se cuestionaran mucho de nada; incluso, la enseñanza estaba administrada en estratos de diferentes clases sociales. Así, las clases más bajas recibían una educación acorde a las necesidades de una mano de obra barata pero al mismo tiempo idónea; mientras que para las clases más altas estaba reservada la educación de alto nivel, con acceso a facultades y universidades de dónde luego saldrían aquellos que administrarían los intereses de las clases dominantes; permitiendo, de esta manera, cerrar el círculo de dominación y desigualdades.

Algunos designios, con el tiempo y las luchas sociales, fueron perdiendo hegemonía. Sin embargo, los métodos y los criterios, sobre todo de evaluación, se mantienen pese a los esfuerzos institucionales de introducir cambios que lleven a un nuevo paradigma.

No se trata de modificar el plan de estudios, o de plantear simplemente una reflexión para luego retomar el aula en las mismas condiciones.

Se trata de producir un cambio desde la práctica (praxis), en el cual efectuemos modificaciones concretas de nuestras conductas como educadores y podamos provocar algunos cambios, también concretos, en el comportamiento del educando, tan ejercitado, tan doblegado y tan sometido a los viejos métodos en donde es un mero espectador y un alumno(*) en el verdadero y trágico significado de esa palabra.

Hoy se impone una remodelación profunda en el terreno de la práctica docente, pero también se impone la necesidad de que el educando acompañe esa modificación, ya que es solamente posible con su participación activa y con un gran esfuerzo de su parte.

Estar planteándonos, todavía en este siglo, una educación constructiva es recurrente. Este tema debería estar fuera de discusión. Resulta tan obvio como plantearnos que la educación primaria y media es un derecho y que debe ser una obligación.

Debemos dar un paso adelante y comenzar a plantearnos una educación en donde los dos actores, educador y educando, tienen participación activa en el acto de enseñanza-aprendizaje, y en donde los límites, las barreras, los prejuicios se hayan derribado para dar paso a la dialéctica de la pedagogía.

En este sentido, liberación es al mismo tiempo soberanía. Un paradigma que se plantea como la síntesis del desarrollo Latinoamericano y como una necesidad de contraponer la pedagogía de la soberanía sobre la colonización pedagógica, en el decir de don Arturo Jauretche.


Hugo Cella

(*) Del griego (a-lumno): Sin luz.

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